De nuevo, me has dejado mucho en qué pensar. Pero quiero hacerte otra pregunta, esta vez en cuanto a la próxima vida. Asumo que tú crees en el cielo. Y también, después de lo que has dicho en esta conversación, asumo que crees que NO todos irán al cielo.
Sí.
Primero, ¿Por qué estás tan seguro de que hay un cielo? No hay nadie que haya ido allí y haya regresado a contárnoslo. Y segundo, ¿crees tú que Dios tiene requisitos –o sea, un sistema de migraciones–, para poder entrar? Y si es así, ¿cuán bueno tiene uno que ser para lograr ser lo suficientemente bueno para entrar en el cielo?
Bueno, Eduardo, sí hubo Alguien que fue al cielo y regresó. Y por eso estoy seguro de que sí hay un cielo y cuál es el camino para llegar allá. Jesús les decía a sus discípulos dos cosas mayores en cuanto a la vida en el porvenir. Primero, les dijo que lo iban a matar, que él estaría en la tumba por tres días y que luego regresaría a la vida físicamente. Segundo, les prometió que, si ellos creían en él, él los resucitaría a ellos también y los llevaría a un lugar que les prepararía. Y como hemos conversado antes, yo encuentro muy convincente la evidencia histórica en cuanto a la resurrección de Jesús, al igual que lo han hecho personas previamente escépticas. El hecho de que Jesús predijera su propia resurrección y lo lograra, me da mucha confianza en que él sabía de lo que hablaba y de las promesas que podía cumplirnos.
Y ahora la segunda parte – ¿Cómo llega uno al cielo?
Eduardo, no conozco otra pregunta más importante que esta. El autor británico C.S. Lewis dijo una vez: “El que planea para esta vida y falla en planear para la próxima, es sabio por un momento pero necio eternamente”. Permíteme hacerte una pregunta antes de contestar la tuya.
Está bien.
Aunque es solo una pregunta hipotética, creo que es muy buena. “Si tú estuvieras frente a la puerta del cielo y Dios te preguntara, ‘Eduardo, ¿Por qué debo dejarte entrar en mi cielo?’ ¿Qué le dirías?
¿Qué diría yo?
Nadie me ha hecho esta pregunta antes. Supongo que le diría que he vivido una buena vida, he tratado bien a los demás, he intentado ser honesto, y que la mayor parte del tiempo he tratado de quedarme fuera de líos. Ya sabes, todo este tipo de cosas, cosas que mostrarían que hice lo mejor que pude. Claro que habiendo dicho esto, me siento un poco incómodo –tanto con la pregunta como con la respuesta. Pero ¿No es esta la cosa más importante en la vida: tratar a otros como deseas que te traten a ti?
Sí, estas cosas son extremadamente importantes. Y de principio a fin, la Biblia habla que debemos vivir vidas buenas, y define cuidadosamente lo que es vivir una vida buena.
Así que estoy bien.
Bueno, el problema para mí es que –como mencioné hace poco– yo no he logrado cumplir, y estoy lejos de hacerlo. Y no solo con las normas establecidas de una bondad verdadera: tampoco puedo afirmar honestamente que siempre he hecho lo mejor que he podido. Ha habido demasiadas veces en las que yo he sabido qué era lo correcto, y no lo hice. O que supe que no debería haber hecho algo pero a pesar de este conocimiento, lo hice de todos modos. No sé, ¿de pronto tú puedas identificarte conmigo en esto?
Bueno, sí. A veces intento hacer lo mejor, pero a veces no.
Me parece que una de las cosas que hacemos frecuentemente es intentar convencernos o racionalizar que lo que estamos haciendo está bien en cuanto a nuestra relación con Dios. Nos comparamos con otras personas que estamos casi seguros que son peores que nosotros. El problema es que personas no forman el criterio de lo que es la Bondad: Dios es el punto de comparación.
A ver, Eduardo, piénsalo así: imagina que toda la raza humana se pone en fila en la costa de México. Y la meta es llegar a Hawái nadando. Supongamos ahora que la distancia que puede nadar cada persona depende de cómo se ha comportado durante toda su vida. Primero, supongamos el peor de los casos. Se me ocurre Hitler. Hitler se mete al agua, empieza a nadar pero a los pocos metros se ahoga.
Ahora digamos que yo me meto al agua y alcanzo a nadar 5 kilómetros. Luego tú, Eduardo, supongamos que puedes nadar 10 kilómetros.
Obviamente no me conoces.
…y la Madre Teresa de Calcuta o Gandhi logra nadar 100 kilómetros. Te habrás fijado que la Madre Teresa nadó 10 veces más lejos que tú, y también que tú nadaste dos veces más lejos que yo. Pero el problema es que todos, sin excepción, nos ahogamos miles de kilómetros antes de alcanzar la meta. Y si tú miras a lo que es la Bondad verdadera, como lo es Dios, y lo que Él espera, bueno…este es el problema. Todos quedamos miles de kilómetros cortos de la meta.
Así que ¿nadie llega ni siquiera cerca?
Las palabras de Jesús mismo nos pueden ayudar en este aspecto. En su muy conocido Sermón del Monte, Jesús le decía a su audiencia: “a menos que su justicia –o sea, su bondad– sea mayor que la de los líderes religiosos, no entrarán al reino de los cielos”. En seguida, le explicaba diciendo: “ustedes han oído decir, ‘No matarás’, pero yo les digo que si maldicen a su hermano serán culpables”. En otras palabras, Jesús decía que no solo el acto de homicidio descalificaría a alguien del cielo, sino también la amargura, la malagana de perdonar y el odio…
Seguía con: “ustedes han oído: no cometerás adulterio’, pero yo les digo: si tienen concupiscencia en su corazón, serán culpables”. En otras palabras, Jesús decía que no solo el acto físico del adulterio descalificaría a alguien, sino también fantasear referente a un objeto de deseo inapropiado.
Después decía que debemos amar no solamente a nuestros amigos sino a nuestros enemigos también. Y al final del sermón dijo: “Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. En resumen, allí está la norma mínima, la expectativa de Dios: que seamos perfectos, como Él. Y por esto estoy convencido de que nadie ni siquiera se acerca a la norma de Dios, y mucho menos la cumple. Por esto todos estamos descalificados. Y es que no hemos hecho lo mejor que podemos hacer.
Nadie irá al cielo con estos criterios. Si es así, ¿qué esperanza hay?
La mala noticia es que, aunque Dios nos ama. Él no va a bajar sus normas de perfección, porque lo mismo equivaldría a aprobar la maldad. Y expresar nuestros pesares no quita la necesidad de la justicia, porque la justicia siempre demanda el pago de la infracción.
Me haces sentir muy incómodo, Rafael. ¿Cuál es la solución?
Cuando consideras detenidamente el tema, la solución es asombrosa. Jesús dijo que él vino a pagar el castigo, la deuda completa de nuestros pecados. Él vino a hacer algo que nunca pudimos hacer por nosotros mismos, y esta es la razón por la cual él murió en la cruz.
Hay una historia de una de las tribus indígenas de nuestro continente que ilustra bien este concepto. Esa tribu castigaba fuertemente el robo: los ladrones eran atados a un poste y recibían 50 golpes con un palo. El jefe de esta tribu era un hombre recto, justo, consistente e insobornable.
Una noche encontraron que era una ancianita la que había estaba robando polluelos, y resulta que esa ancianita era la mamá del jefe de la tribu. La tribu estaba intrigada y ansiosa por saber si su jefe sería AMOROSO con su mamá y la perdonaría, o si mantendría la ley y la justicia del pueblo. Cuando dictó la sentencia -50 golpes con el palo- el pueblo quedó atónito.
En seguida ataron a la ancianita al poste. Pero antes de que descendiera el primer golpe, el jefe mismo se quitó su camisa, abrazó a su mamá y recibió los golpes por ella.
Así que te pregunto – ¿el jefe fue amoroso o justo?
Hmmm. ¡Una historia muy impactante! Supongo que las dos cosas: fue amoroso y justo.
Sí. Pienso que esta historia provee un cuadro pequeño de lo que Jesús hizo en nuestro beneficio. Él es JUSTO, mantuvo la norma, los criterios de la Justicia de Dios, pagando la pena que tuvo que ser pagada. Pero al mismo tiempo nos dijo: “Yo los amo, yo pagaré la pena por ustedes.” Hay centenas de pasajes bíblicos referentes a este tema, pero yo te citaré dos. Uno de los versículos más conocidos del Nuevo Testamento se encuentra en el evangelio de Juan y dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” Y el Apóstol Pablo escribió estas palabras a los creyentes en Éfeso: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte”.
Eduardo, no puedo GANAR o MERECER una relación con Dios, pero Jesús pagó la pena que yo merecía. Si yo acepto el regalo -del inmerecido perdón de Él- depositando mi fe en Él y lo que Él hizo por mí, ‘El me promete la vida eterna, y que yo iré al cielo.